Libro XXX del Zhuangzi. De las espadas. Versión de Iñaki Preciado Ydoeta. Kairós ed. 2007.
I. Antaño, el rey wen del estado de Zhao tenía grande afición a la esgrima. Eran más de tres mil los espadachines que se reunían como huéspedes en las puertas de su palacio, y que se batían noche y día ante él. Cada año varios cientos de ellos morían o resultaban heridos, pero al rey le complacía y nunca se hastiaba. Así habían transcurrido tres años, y el reino se debilitaba, y los señores feudales se confabulaban contra él.
El príncipe heredero Kui, sintiendo gran preocupación, reunió a sus asistentes y les dijo: –“A quien sea capaz de persuadir al rey para que se olvide de espadachines le entregaré mil monedas como recompensa”.
–“Zhuangzi será capaz” –le dijeron sus asistentes. Entonces el príncipe despachó a un mensajero con mil monedas para ofrecércelas a Zhuangzi. No quiso éste aceptar, pero acompañó al mensajero hasta la presencia del príncipe, al que dijo:
–“¿Qué desea el príncipe mandar a Zhou, puesto que ofrece a Zhou mil monedas?”
–“Tengo oído –dijo el príncipe– que el maestro es un sabio de gran clarividencia, y por eso he ofrecido respetuosamente mil monedas como presente para sus sirvientes y compañía. Si el maestro no las acepta, ¿como osaría hablarle Kui de lo que desea?”
–“Pues Zhou ha oído –dijo Zhuangzi– que lo que el príncipe desea de él, es poder acabar con la aflicción del rey. Ahora bien, si este vuestro siervo, por arriba al persuadir al rey contraviene sus deseos, y por abajo no satisface al príncipe, su persona sufrirá la muerte como castigo, ¿para qué querrá Zhou las mil monedas? Y si por arriba consigue persuadir al rey, y por abajo satisfacer al príncipe, ¿habrá algo que no le conceda el estado de Zhao si se lo pide?”
–“Razón decís –dijo el príncipe–: mas nuestro rey sólo rtecibe a los espadachines.”
–“Bien –dijo Zhuangzi–: Zhou es diestro con la espada.”
–“Sí –dijo el príncipe–, pero los espadachines que recibe nuestro rey llevan todos greñas y grandes patillas, y traen gorros caídos y con guresas correas. Traen también una ropa acortada por detrás, y tienen airado mirar y un habla malsonante. Así es como gustan al rey. Y si ahora el maestro se presenta ante el rey con atuendo de letrado ru, a no dudar que el negocio no podrá salir adelante.
–“Ruego se me haga ropa de espadachín” –dijo Zhuangzi.
Al cabo de tres días el vestido estuvo preparado, y así vestido fue a ver al príncipe, el cual luego li introdujo con el rey. El rey le esperaba con la espada desnuda en la mano, Zhuangzi cruzó la puerta del salón pausadamente y cuando vió al rey no le hizo reverencia alguna.
–“¿Para qué deseáis hablar con mi humilde persona –dijo el rey–, y os habéis hecho introducir por el príncipe, mi primogénito?”
–“Este su siervo –respondió Zhuangzi– ha oído decir que el gran rey tiene afición a la espada, y por eso ha venido a mostrarle lo que sabe en el arte de la esgrima.”
–“¿Cómo es vuestra esgrima en lo tocante a parar al adversario?” –preguntó el rey.
–“Con la esgrima de vustro siervo –respondió Zhuangzi–, puede uno batirse con un hombre cada diez pasos, y en mil li nadié habrá que te detenga.
Holgóse grandemente el rey al oírlo, y exclamó: “¡No tenéis rival en todo el mundo!”
–“En mi esgrima –dijo Zhuangzi–, primero me muestro vacío ante los hombres, y les descubro aparente ventaja; soy el último en atacar, y el primero en tocar. Holgaría podérselo mostrar.”
–“Repósese el maestro en su aposento y espere–dijo el rey–, y cuando tenga aparejada la prueba, le mandaré llamar.”
Entretanto, el rey hizo medirse a sus espadachines durante siete días: murieron o quedaron heridos más de sesenta, y finalmente eligió a cinco o seis y les mandó plantarse con sus espadas en la parte baja del salón. Hizo luego que llamaran a Zhuangzi, y le dijo:
–“Hoy probará a cruzar su espada con mis espadachines”.
–“Largo tiempo he estado esperando este día” –dijo Zhuangzi.
–“¿Cómo es de larga la espada que usa el maestro?” –preguntó el rey.
–“A este siervo –respondió Zhuangzi, de cualquier largo le valen. Ahora bien, este su siervo tiene trres suertes de espada, y quisiera que el rey eligiera; mas le ruega que antes de probarlas, le permita hablar.”
–“Es mi deseo saber –dijo el rey– qué tres espadas son ésas.”
–“Es la una de hijo del Cielo –le respondió–, la otra es la espada de noble, y la tercera es espada de plebeyo.”
II. –“¿Cómo es la espada de hijo del Cielo?” –preguntó el rey.
–“La punta de la espada de hijo del Cielo –respondió Zhuangzi– son las murallas de Yanxi, su filo es el Taishan del estado de Qi, su lomo los estados de Jin y de Wei, su guarnición los estadode Zhou y de Song, y su empuñadura los estados de Han y de Wei. Envuelta por los bárbaros de las cuatro direcciones, y envainada en las cuatro estaciones, el mar de Bo la rodea y los montes Heng la ciñen. Domina con los cinco elementos, y con premios y castigos imparte justícia. Desenváinandose con el Ying y el Yang, con la primavera y el verano se sostiene, y se maneja con el otoño y el invierno. No hay nada que se le ponga delante a esta espada cuando tira de frente, ni encima cuando se levanta, ni debajo cuando se abaja, ni al lado cuando se blande. Arriba, corta la nubes que flotan; abajo, desgarra la trama de la tierra. Quien de ella se sirva, luego al punto podrá dominar a los señores feudales y el mundo entero se le someterá. Esa es la espada de hijo del Cielo.”
–“Y ¿cómo es la espada de noble?” –preguntó el rey Wen confuso y desconcertado.
–“La punta de la espada de noble –le respondió– son los hombres inteligentes y valerosos, su filo los puros y honestos, su lomo los sabios y probos, su guarnición los leales y virtuosos, su empuñadura los héroes sobresalientes. También esta espada es tal, que no hay nada que se le ponga delante cuando tira de frente, ni encima cuando se levanta, ni debajo cuando se abaja, ni al lado cuando se blande. Por arriba, toma como modelo al redondo Cielo, y se conforma a las tres luminarias; por abajo su dechado es la cuadrilla de la Tierra, y se acomoda a las cuatro estaciones; en medio, responde a la voluntad del pueblo, y así pone paz en las cuatro regiones. Quien de ella se sirva, luego al punto será cual el poderoso retumbar del trueno; dentro de las cuatro fronteras nadie habrá que no se le someta y todos obedecerán las órdenes del príncipe. Esa es la espada de noble.”
–“Y ¿cómo es la espada de plebeyo?” –preguntó el rey.
–“La espada de plebeyo –le respondió– es la del que lleva greñas y grandes patillas, y el gorro caído y con gruesas correas, y una ropa acortada por detrás, y que tiene airado mirar y un habla malsonante. Se bate delante del público, y por arriba corta el cuello de su rival, y por abajo le atraviesa el hígado o los pulmones. La espada de estos hombres plebeyos en nada es diferente del gallo de pelea, pues cualquier día puede perder la vida, y en nada aprovecha a los negocios del estado. Hou día el gran rey, ocupando como ocupa el trono del hijo del Cielo, tiene afición a la espada de plebeyo. Este su siervo la desprecia en su fuero interno en nombre del gran rey.”
Tomóle entonces el rey del brazo, y subieron al gran salon. El cocinero mayor sirvió la comida, y el rey dio tres vueltas alrededor de la mesa.
–“Tome asiento el gran rey tranquilamente y calme su agitación –le dijo Zhuangzi–, que ya del negocio de las espadas el discurso ha terminado.”
Tres meses estuvo el rey Wen sin salir de su palacio, y todos los espadachines, movidos de enojo, allí mismo se dieron muerte a sí mismo.